Hay un sonido de ventilación constante, un castañeteo de platos y cucharillas, un rumor de -como poco- tres conversaciones, sillas de plástico y camareros con calzado cómodo de la marca Skechers. Mesas con vinilos al ácido y un niño que mastica los churros con la boca abierta. Un moño despeinado. Un señor con moreno de Torrevieja hablando de cosas de empresas de chichinabo. Estoy en la cafetería del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (con todas esas mayúsculas y ese guion intercalado) haciendo tiempo para ver la exposición de Lucian Freud. Haciendo tiempo porque ahora a los museos no entras cuando te viene en gana, vas con cita, como cuando vas al dermatólogo a mirarte los lunares. Se ha convertido en un proceso burocrático, en un huequito en la agenda. El niño de los churros ahora hace scroll que también es otra burocracia pero seguro que nos empeñamos en soltarle la chapa de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Podría haber escrito esto después ¿no? Presa del asombro y la pincelada y la conversación chusca que se da siempre a la puerta de los putos museos. Odio esa mierda. Nada, aquí, con el sonido de la ventilación y la réplica de Mondrian y la planta de plástico tapando la entrada a los servicios y las pegatinas opacas con los nombres de otros artistas haciendo un mosaico en las puertas correderas y las personas atusándose el pelo mientras, como yo, hacen tiempo. Nos empeñamos en querer ser uno mismo cuando es estupendo ser uno más. Nos empecinamos en glorificar las cosas cuando hay algo mágico en la torpeza de lo profano.
Llegado el minuto, claro, maldeciré verme apelotonada delante de un cuadro, me sentiré ultrajada siendo teledirigida como si estuviese en la sección de conservas del Alcampo, pero es que eso es lo que luego puede retorcerse en un retrato. Ahí está la chicha. No somos pulcros y perfectos y querubines. Por eso vengo/venimos a ver a colgados como Lucian ¿no? Por eso disfrutamos de las cosas que se desmoronan y que nos desmoronan y que ponen en evidencia que las cosas están hechas añicos porque si no de qué. No jodas. 3,25€ la manzanilla y la newsletter y todas estas reflexiones. Menos mal que me ha dado por ponerme a escribir y rentabilizar el agua caliente con hierbas. Menos mal que la realidad siempre decepciona. Menos mal que el arte. Y la creatividad. En todas sus formas. Celestiales o patéticas. Todas me gustan. 3,25€. Con tarjeta, por favor.
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"Nos empeñamos en querer ser uno mismo cuando es estupendo ser uno más", en esto pensaba yo el otro día.