Se me amontonan los meses de 2021 sin que me dé tiempo a vaciar las cajas. Me propuse empezar el año el 1 de marzo y han pasado 25 días y me siento -francamente- desbordada por las cuatro vidas que he vivido en cuatro semanas. Me he sentido hercúlea para segundos después ser eterna sicofanta. Bienvenidos.
En el Diccionario abreviado de Filosofía de José Ferrater Mora se cuenta que hay tres sentidos principales de la voluntad. Ninguno me responde a la cuestión fundamental de cómo ser voluntad y no inercia.
“Por lo general se considera que en todo fenómeno de la voluntad hay una previa representación o, mejor dicho, un conocimiento, una finalidad, una decisión, una resolución y una acción”
José, tío, me he perdido entre conocimientos y finalidades. He tomado tantas decisiones que no hay ninguna resolución. La acción se desdibuja porque es un sumatorio de acciones infinitas y yo estoy cansadísima. ¿No estáis cansadísimos? José, entérate, no podemos ni con el culo.
El otro día escuché aquello de “el hábito no hace al monje” y me quedé pensando. Nunca me había planteado una cuestión fundamental ¿a qué hábito se refiere el refrán? Entiendo que la acepción fundamental es que el traje, la vestimenta, no hace al monje. Y el hábito, la práctica habitual ¿hace al monje? ¿Qué hace al monje monje y al desgraciado desgraciado? ¿Qué nos hace?
Yo he intentado ser. Hábito y hábitos mediante y nada, sigo sintiendo una especie de incomodidad esencial. Los hábitos se me hacen bola y al hábito creo que hay que meterle el dobladillo.
Chet Baker, como todos los músicos de jazz, era capaz de improvisar porque tenía en su cabeza todos los caminos, todas las armonías. La capacidad de lo aleatorio solo posibilitada por la repetición del dogma. Ay el jazz, joder. Qué ganas de hundirme en un chester de terciopelo verde raído.
Pero lo que más me gusta de la biografía de Chet Baker es que le pegaron una paliza por un asunto de drogas y le rompieron los dientes. Entonces tuvo que adaptar la boquilla de la trompeta para poder seguir tocando. Pero no toco mucho más.
Seguramente pudo haber hecho mucho más pero no pudo. Y menos mal. ¿Qué sería Chet Baker si no pudiéramos recordarle con esa cara, esa voz, esa trompeta y espíritu hundidos?
Y entre toda esta tensión que provoca el ansia por lo permanente, se nos presenta la primavera. Los cerezos convierten una callejuela del barrio de Guindalera en un sueño. El olor de los magnolios lava toda la infancia que podemos recordar. Estos días, todo lo necesario hace una genuflexión ante lo contingente de una flor cruzando el cielo como si tuviese motor. Tanta vida en la pituitaria que se nos deshacen las lógicas.
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